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Competencias blandas vs. algoritmos: ¿qué nos hará imprescindibles en el futuro laboral?

Competencias blandas vs. algoritmos: ¿qué nos hará imprescindibles en el futuro laboral?

Doctor en Educación, máster en Dirección de Procesos de Negocios y máster en Gobierno y Cultura de las Organizaciones por la Universidad de Navarra. Actualmente se desempeña como director Corporativo de Desarrollo y Postgrados de la Universidad Autónoma de Chile, centro académico en el que también ejerció como director de Vinculación con el Medio, director de Admisión, docente e investigador.

La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en el mundo del trabajo ha generado múltiples interrogantes. Por un lado, se celebra su capacidad de aumentar la eficiencia y liberar a las personas de tareas rutinarias. Por otro, crece la preocupación sobre el rol que tendrán los seres humanos cuando las máquinas no solo ejecutan, sino también crean, responden y deciden. En este nuevo escenario, las competencias blandas emergen como una respuesta posible, pero no exenta de desafíos.

En un entorno donde los algoritmos ya pueden redactar textos, generar imágenes, atender clientes y resolver problemas operativos, resulta inevitable preguntarse qué puede ofrecer un trabajador que no pueda hacer una máquina. La respuesta más común —y quizás más esperanzadora— ha sido que los valores humanos, como la empatía, la creatividad o el juicio ético, seguirán siendo irremplazables. Estas habilidades, a menudo llamadas blandas, cobran ahora una relevancia inusitada (Niklander, 2023a).

Sin embargo, confiar en que estas cualidades nos protegerán frente a la automatización resulta ingenuo si no se abordan las profundas desigualdades estructurales que dificultan su desarrollo. En muchos países de América Latina, y particularmente en Chile, el sistema educativo sigue centrado en la transmisión de conocimientos rígidos, dejando de lado la formación integral del estudiante. La capacidad de colaborar, reflexionar críticamente o liderar con sentido ético rara vez forma parte de las prioridades pedagógicas.

A esta deuda histórica se suma un problema estructural: la baja participación de mujeres en las carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas). Esta exclusión, que persiste tanto en América Latina como en Estados Unidos, limita el acceso de las mujeres a los sectores con mayor proyección laboral y mejores remuneraciones. Pero, además, impide construir una tecnología más inclusiva, que considere diversas perspectivas desde su diseño y aplicación.

La IA no es neutra ni equitativa por sí sola. Si no se democratiza su uso y comprensión, la tecnología corre el riesgo de convertirse en un nuevo factor de exclusión. Según informes recientes del Banco Mundial, hasta la mitad de los empleos que podrían beneficiarse de la IA están actualmente limitados por la falta de acceso a tecnologías digitales, conectividad e infraestructura adecuada. Y, como suele ocurrir, son los sectores más vulnerables los que quedan rezagados (Banco Mundial & OIT, 2023).

La brecha digital, por tanto, no es solo un desafío técnico, sino también una barrera social. Las condiciones del entorno familiar, la disponibilidad de equipos y el acompañamiento docente son tan importantes como la conexión a internet. La desigualdad educativa se traduce, inevitablemente, en desigualdad laboral. Y si la IA se integra sólo en contextos privilegiados, no hará más que profundizar la distancia entre quienes pueden innovar y quienes apenas sobreviven en un sistema que los excluye.

El mercado laboral, ya en proceso de transformación, se ve ahora acelerado por la IA generativa. Según el Foro Económico Mundial, cerca del 50% de las empresas planea automatizar parte de sus tareas en los próximos años, mientras que la firma Goldman Sachs estima que más de 300 millones de empleos podrían verse afectados en todo el mundo. Y aunque la productividad global podría crecer un 7%, según estimaciones recientes, la distribución de ese crecimiento no será equitativa (Goldman Sachs, 2023).

En este contexto, el papel de las instituciones de educación superior es clave. No basta con enseñar programación o habilidades técnicas. Es indispensable desarrollar pensamiento crítico, fomentar la creatividad, fortalecer la ética profesional y promover el aprendizaje continuo. La IA exige nuevas formas de enseñar, pero, sobre todo, nuevas razones para aprender. Como ha señalado la Unesco, se debe incorporar transversalmente el desarrollo de competencias digitales desde la educación escolar hasta la formación universitaria.

Y en medio de todo este debate, no podemos olvidar lo esencial: la tecnología debe estar al servicio de las personas. La IA puede ser una gran aliada si se orienta con valores humanistas. Pero si se convierte en un fin en sí mismo, estaremos sacrificando nuestra capacidad de discernimiento, de diálogo y de reflexión. Ya hemos visto cómo la inmediatez tecnológica reduce la pausa crítica. La dependencia de aplicaciones como ChatGPT o asistentes virtuales puede facilitarnos muchas cosas, pero también puede atrofiar nuestra capacidad para dudar, razonar y debatir.

Más allá de la automatización, la gran pregunta es si nuestras decisiones seguirán siendo humanas. ¿Podremos enseñar a las futuras generaciones a convivir con la IA sin perder lo que nos hace únicos? ¿Seremos capaces de formar ciudadanos y no solo usuarios? ¿Estamos dispuestos a cuestionar el tipo de sociedad que queremos construir en este nuevo escenario?

En definitiva, las competencias blandas no deben entenderse como un complemento deseable, sino como el núcleo de lo que nos hace humanos en un entorno cada vez más automatizado. Solo si somos capaces de articular tecnología con equidad, conocimiento con pensamiento crítico, y progreso con inclusión, lograremos que el futuro del trabajo sea, verdaderamente, un futuro para todos.

En este marco, resulta imprescindible recordar la advertencia del filósofo Alasdair MacIntyre, él plantea que, sin una visión filosófica, cualquier otra área del conocimiento queda incompleta. Su propuesta es clara: la filosofía debe recuperar su lugar de privilegio, no para imponer respuestas, sino para ofrecer un marco crítico y reflexivo desde el cual comprender los avances científicos y tecnológicos.

En un mundo en que la inteligencia artificial redefine nuestras capacidades cognitivas y organizacionales, el pensamiento filosófico se vuelve más necesario que nunca. La filosofía puede ayudarnos a integrar las múltiples dimensiones del conocimiento, a discernir éticamente los usos de la tecnología y a preservar la esencia humana en medio del avance algorítmico. No se trata solo de adaptarnos al futuro, sino de pensar qué tipo de futuro queremos construir.

La Universidad, en su sentido más pleno, no puede renunciar a formar individuos capaces de reflexionar, dialogar y orientar sus decisiones con sentido. La IA nos interpela a todos, pero es desde la formación crítica y la reflexión humanista que podremos responder con responsabilidad y profundidad.

Referencias

  • Banco Mundial & Organización Internacional del Trabajo. (2023). *El impacto de la inteligencia artificial en los mercados laborales de América Latina*. https://www.worldbank.org/
  • CADEM. (2023). *Encuesta nacional de acceso, uso y hábitos digitales en Chile*. https://www.cadem.cl/
  • Goldman Sachs. (2023). *Generative AI could raise global GDP by 7%*. https://www.goldmansachs.com/
  • Niklander, G. (2023a). ¿Reemplazados por la IA? *El Austral de La Araucanía*. https://www.australtemuco.cl/
  • Niklander, G. (2023b). Brecha digital e igualdad educativa. *Cooperativa Opinión*. https://opinion.cooperativa.cl/
  • Niklander, G. (2024). Futuro del trabajo en Chile y la IA: desafíos y oportunidades. *Cooperativa Opinión*. https://opinion.cooperativa.cl/
  • Giménez, J. y Sánchez-Migallón, S., (2011), Diagnóstico de la Universidad en Alasdair MacIntyre. Génesis y Desarrollo de un Proyecto Antropológico.